El modelo que llegó con la promesa de un intercambio igualitario pone a prueba tanto al sistema como a la integridad individual.
Hace unas semanas, Mariana pidió un servicio de transporte privado en auto por medio de un software de aplicación libre (app, como le llamamos todos). Minutos después llegó por ella Carlos, “un hombre que frisaba la séptima década de vida, canoso, delgado y amable”.
Cuenta la joven que al minuto 40 de viaje, el conductor le preguntó si se había fijado en su perfil. Ella respondió que no. Él comenzó entonces: “¿De veras no leyó mi perfil? Qué lástima, ahí dice que soy un coqueto violador que se roba a las muchachas bonitas”.
Carlos no es un productor de Hollywood, ni un actor o político, sino socio de una de las empresas internacionales más exitosas que están revolucionando la manera de hacer negocios en las urbes. Un acosador que participa en un maravilloso modelo de economía que se basa en las plataformas digitales.
Cuando Uber llegó a la Ciudad de México, muchos usuarios creímos haber alcanzado la utopía del transporte. El nuevo servicio, además de autos limpios y conductores presentables y amables, representaba una alternativa segura para los pasajeros y proponía precios accesibles. Igual sucedería con Airbnb, una opción diferente de alojamiento durante un viaje. Pronto, Ubereats y Cabify, por ejemplo, serían cosa de rutina.
Si bien pocos nos detuvimos a analizar el impacto económico que estas propuestas de servicios suponían —sin pensarlo, estábamos siendo testigos del surgimiento de un innovador modelo de negocios—, nadie en su sano juicio habría imaginado que un día algunos de estos nombres se verían asociados a problemas diversos, desde discriminación y robos de información, hasta crímenes.
Lo anterior ilustra que la llegada de la economía colaborativa entraña su adaptación a un sistema que quizás no está preparado para ella. Y viceversa: el sistema debe tomar medidas para adecuarse a las nuevas formas.
Aunque el intercambio de servicios entre dos o más personas es tan antiguo como el trueque, el término de “economía colaborativa” no se formalizó sino hasta 2007, cuando Ray Algar lo acuñó en un artículo titulado de la misma forma. A partir de ahí, el término, acompañado del de “consumo colaborativo”, empezó a ser discutido y estudiado como proceso económico.
Las bases de la economía colaborativa están en la utilización de bienes “inactivos” y la colaboración entre iguales. “Es una transacción de particular a particular”, explica Claudia González, profesora del Departamento Académico de Administración del itam.
A FAVOR
Una de las claves de este modelo está en “aprovechar recursos inutilizados para ofrecerlos como servicios”, dice José Antonio Dávila, director del Centro de Investigación de Iniciativa Empresarial – EY del ipade.
He ahí donde Uber dio en el clavo. La compañía fundada en San Francisco no cuenta con una flotilla de autos. Los vehículos que utiliza son los de personas a quienes les sobra en ese momento.
Lo mismo sucede con Airbnb, donde se busca comercializar espacios que normalmente se mantendrían inutilizados. “Hay múltiples formas de hacer negocio con bienes excedentes”, agrega Dávila.
Adicional a esto, la economía colaborativa “incrementa el nivel de vida de la población y distribuye la riqueza”, dice González. Al estar los servicios basados en una plataforma digital, resulta fácil sumarse al negocio.
GRACIAS INTERNET
De acuerdo con Liu Sun Xuedong, doctor en economía y profesor en la unam, la economía colaborativa no podría existir sin las plataformas digitales. “Es un término nuevo, esto antes lo conocíamos como comercio electrónico”, detalla.
Plataformas como Ebay, Amazon y la china Alibaba también son representativas de este modelo, ya que abren un comercio libre en sus plataformas donde cualquiera se puede sumar a vender su marca o producto. Cabe destacar que apenas el 11 de noviembre Alibaba generó ventas por 25 mil millones de dólares, como parte de sus promociones del Día de los Solteros, una especie de Black Friday chino.
La más significativa ventaja de estas tiendas es que no requieren de inventario. “Alguien más lo tiene, y la plataforma vive de ser un intermediario financiero”, agrega Xuedong.
EN CONTRA
Pero no todo es color de rosa. También este modelo viene con sus retos. Por un lado afecta a los negocios físicos, ya que cada vez más se utiliza internet para hacer las compras. Y, al mismo tiempo, hay un número de grandes ganadores que ya acaparan el mercado.
Los que llegaron primero y lo hicieron bien “capturan mucho del valor que se crea y además determinan las reglas del juego”, sentencia Dávila. Ahí es donde entra el segundo mayor reto a enfrentar de este tipo de economía: las regulaciones.
Cuando comenzaron a surgir estos nuevos modelos de negocio, “los reguladores no entendían lo que estaba sucediendo”, agrega Dávila. Ahora, los entes estatales enfrentan un mercado que ya está despuntando y necesita reglas.
Dávila explica que “los emprendedores siempre irán por delante de los reguladores” por lo que no es una nueva situación. Sin embargo, sí será necesario determinar qué está permitido y qué no para que estos negocios no se salgan de control.
A partir de dichas regulaciones se buscará también proporcionar seguridad al usuario. Aunque la garantía de que, por ejemplo, un chofer de auto cumpla con su trabajo y no caiga en los abusos resulta complicada (especialmente en nuestro país). Pero al menos se buscará establecer las reglas que responsabilicen a la compañía detrás del servicio por cualquier maltrato.
Así, Mariana podría reportar lo que le sucedió con la ley como su principal aliado en tan incómoda situación.
Aún cuando las reglas se ajusten, lo que no cambia es que la economía colaborativa llegó para quedarse. Y lo único que veremos en los próximos años es cómo sigue creciendo.
Por Ximena Cassab