A un paso de los comicios mexicanos más complejos, no puede soslayarse la posibilidad que el acecho ilegal por diversos medios en busca de información sensible surja en la contienda. Un exdirector del Cisen, un asesor del ine, un periodista que sufrió espionaje con Pegasus y un consultor nos dan su punto de vista.
¿UN AGENTE DISTRAÍDO?
En diciembre de 2017, en un acto de campaña en Hidalgo, Andrés Manuel López Obrador declaró en una entrevista publicada por el sitio SDPNoticias que saliendo de su hotel vio a un hombre que simulaba marcar su teléfono, pero que en realidad le estaba tomando fotos, y dijo que seguramente se trataba de alguien del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen). En ese contexto, el candidato de Morena retomó un planteamiento que ya había hecho meses atrás y afirmó que de llegar a la presidencia, desmontaría esa agencia dependiente de la Secretaría de Gobernación, un “organismo de espionaje que tiene el gobierno —señaló— y que consume cuatro mil millones de pesos al año, que no hace trabajo de inteligencia, que no espía a los delincuentes, espía a los opositores”.
La nota no tuvo mayor resonancia, se perdió en medio de la polémica que suscitó la propuesta de López Obrador de “decretar una amnistía” para combatir la violencia. Sin embargo, el hecho dejó en el aire un par de reflexiones en torno al espionaje y a las tareas de inteligencia, tanto en el proceso electoral de 2018 como en el futuro inmediato de un país que reclama desde hace no se sabe cuánto una estrategia de seguridad eficaz.
La idea de un informante que trata de pasar inadvertido para conseguir una fotografía resulta un tanto caricaturesca. En el imaginario aparece la figura del clásico hombre con gabardina y sombrero que busca pistas con una gran lupa. No acaba de entenderse de qué le serviría a un órgano de inteligencia federal tener el retrato de un opositor que sale de su hotel para dirigirse a un acto público que más tarde se dará a conocer en todos los medios. Y si se trataba sólo de una cuestión de hostigamiento, como se verá, hay métodos mucho más avanzados para ejercerlo.
“Sinceramente, no le hubiera dado importancia”, opina Jorge Carrillo Olea, fundador del Cisen en 1989. “Creo que podría haber sido un fotógrafo ‘pesetero’, de esos que buscan cualquier cosa para vender. Si era un espía, pues no hace bien su trabajo, actúa con torpeza, y si cualquier fotógrafo puede ser un espía, entonces hablamos de paranoia”.
Respecto a la idea de desmontar el Cisen, Carrillo Olea, viejo lobo de mar en temas de seguridad, considera que durante la última década la propia institución se ha encargado de ir hacia el acantilado: “El Cisen se ha convertido en una maquinaria burocrática, hay gente sin preparación que no cumple con los requisitos mínimos para ingresar, se padece una falta total de profesionalismo”. En esa medida, sería difícil considerar que el supuesto trabajo de espionaje del que se quejó López Obrador tuviera efecto.
Entrevistado un día después del nombramiento como director del Cisen de Alberto Bazbaz —reconocido sobre todo como el fiscal del caso de la niña Paulette en el Estado de México—, Carrillo Olea ahonda en el estado actual de la agencia de inteligencia mexicana: “Se ha convertido en una comisaría a la que han llegado hidalguenses y toluqueños que deben su lealtad a figuras de poder político, pero realmente no están capacitados para la tareas que se les exige. Si hubiera gente pensante, podrían apoyar a candidatos específicos; no obstante, el trabajo que hacen es de párvulos”. De cara al proceso electoral, a Carrillo Olea le preocupa más la creación de escenarios falsos y alarmistas, como cuando “se ha hablado de una sustitución de candidatos en el PRI, como la de 1994, y se ha llegado a insinuar que el Zedillo de entonces podría ser Aurelio Nuño”.
HAZ FAMA Y…
Entre tanto, la posibilidad de que el espionaje político incida en las campañas permanece latente. “Los candidatos deben asumir que están pinchados, por gobiernos o por empresas, pero están pinchados”, asegura Luis Miguel Carriedo, asesor en el Instituto Nacional Electoral (ine) y conocedor del tema por una extensa investigación que ha realizado sobre espionaje a periodistas, para la cual ha reunido vasta evidencia de la persecución política desde los años sesenta. En México hay una larga tradición de guerra sucia en muy diversos registros y hay pocas razones para pensar que el camino hacia el 1 de julio de 2018 no estará lleno de artimañas cada vez más sofisticadas para atacar al adversario político.
No olvidemos que en 2017 el New York Times publicó varias historias inquietantes sobre el trabajo de espionaje que se ha llevado a cabo en el país en tiempos recientes. Uno de los casos más sonados fue el de Pegasus, cuyo uso, al menos de 2015 a 2016 se concentró en objetivos que eran todo menos criminales.
“Te mandan un mensaje con una curaduría específica; en mi caso, fue un mensaje con un link donde decía que el gobierno planeaba una demanda contra mí y otros compañeros. Al abrirlo, toman control de tu teléfono”, cuenta Rafael Cabrera, uno de los autores de La Casa Blanca de Peña Nieto, la historia que cimbró un gobierno, e infiltrado por el programa de NSO Group. “Los primeros mensajes me llegaron una semana después de que intentaron darle carpetazo a la investigación de la Casa”. Al menos con Cabrera no usaron su información personal para atacarlo, pero era claro que estaba en marcha un mecanismo de acoso sistemático contra personas que habían puesto temas críticos en la agenda pública. Resulta significativo que entre los afectados por Pegasus también se hallaban, por ejemplo, activistas en favor de que se incrementaran los impuestos a los refrescos. Alrededor de Pegasus había en juego una serie de intereses gubernamentales y empresariales que no se podían pasar por alto y que daban suficientes pistas sobre el origen de las intervenciones ilegales.
De modo que hay algo más complejo e impenetrable que el hombre de la gabardina que intenta tomar fotos. “No me sorprendería que usaran un software como Pegasus durante las campañas de 2018; todo el mundo está buscando esqueletos”, dice Cabrera, quien actualmente forma parte del equipo de BuzzFeed News México.
Ante la pregunta sobre los alcances de Pegasus en las campaña de 2018, Luis Miguel Carriedo señala que la tecnología que sabemos en manos de poderes empresariales y gubernamentales desde las revelaciones de Edward Snowden, con el famoso programa de vigilancia masiva PRISM, va más lejos: “No tienen límites, ni siquiera necesitan un sistema como Pegasus, con el que se asume que si no das un clic a mensajes de enganche estarás protegido. En realidad no hay una garantía clara de esa protección, todos estamos expuestos, pues hay quienes tienen la capacidad de montar una estructura de vigilancia sistemática, de allegarse tecnologías avanzadas para cachar correos electrónicos o escuchas que muestren debilidades de opositores políticos. Al exhibirlas, por supuesto, se busca incidir en el ánimo del electorado, aunque también puede tratarse de una revancha personal”.
El ine está facultado para sancionar a los partidos por usar propaganda basada en filtraciones; sin embargo, algunos están dispuestos a pagar los costos económicos y legales. La hoja de ruta es clara: “Existen conductas ocultas de políticos, alguien las vigila de forma permanente para encontrar aspectos comprometedores y luego viene la difusión masiva”, apunta Carriedo, quien también conduce el programa radiofónico Espacio Amedi en el Imer, y explica: “El espionaje no es una bala perdida, no surge de un espontáneo redentor de la democracia, proviene de un aparato con recursos, que sistematiza, clasifica, elige el momento y divulga por medio de cajas de resonancia bien coordinadas; un filtrador tiene una intención, una rutina clara, sabe a quién va a atacar”. En la historia contemporánea de México los ejemplos de filtraciones sobran, aunque no necesariamente todos son casos de espionaje institucional: desde el Señor de las Ligas hasta Eva Cadena, desde el Niño Verde hasta el “ánimo, Montana”, el propósito es desacreditar, hacerse de un instrumento de chantaje.
No obstante, si bien el espionaje está más vivo que nunca y es constante, Carriedo cree que hay otros factores más decisivos si buscamos aquellos que incidirán con mayor fuerza en la elección federal, tales como la compra y la coacción de voluntades, los flujos de dinero privado, el desvío de recursos públicos e incluso los muertos que dan su firma con la intención de que haya varias candidaturas y el voto se disperse. Al mismo tiempo, resulta ya una obviedad decir que los medios tradicionales tendrán cada vez menos influencia y que internet será un factor determinante. Hay que tomar en cuenta la gran cantidad de los llamados “nativos digitales” que votarán por primera vez. Carriedo recomienda revisar el padrón electoral en la página del ine. El dato es contundente: unos 15 millones de jóvenes de 18 a 24 años representan el 17 % de los casi 90 millones de votantes potenciales.
GUERRA SUCIA VS CAMPAÑA DE CONTRASTE
“A veces no nos damos cuenta de que la mayoría de la información sustancial ya es pública, lo que importa es sistematizarla, y en esto cada quien mata pulgas como puede”, dice José Adolfo Ibinarriaga, director del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. “Habría que distinguir una guerra sucia de una campaña de contraste, donde hay investigación y datos —explica—. Los electores no son tontos, saben distinguir lo importante de lo relevante. Una campaña de contraste debe poner sobre la mesa temas que son relevantes, que saquen de estrategia al adversario, y muy probablemente este tipo de insumo no se obtiene de actividades de espionaje”.
De modo que la gerencia o el cuarto de guerra de una campaña es la que hace este otro tipo de trabajo de inteligencia: monitorea qué mensajes y posicionamientos se están construyendo en redes, televisión y radio, lleva a cabo estudios de opinión pública y también analiza lo que están haciendo los jugadores políticos, los empresarios, los sindicatos, los que tienen poder de veto, los cabilderos y los publirrelacionistas. A pesar de todo, Ibinarriaga, quien tiene experiencia como consultor político en México, Ecuador y Colombia, asegura que nunca ha visto que se contraten equipos especializados de espionaje privado por parte de partidos políticos o sus equipos de campaña, aunque no descarta que órganos de inteligencia estatales y federales como los Centros de Atención a Emergencias y Protección Ciudadana, conocidos como “C5”, sí pudieran emplearse de alguna manera en el proceso electoral.
Curiosamente, tanto Ibinarriaga como Carriedo coinciden en señalar que un protocolo normalizado para las reuniones ejecutivas con funcionarios políticos es dejar los celulares a la entrada. No es que los partidos tengan algo que esconder… es que uno nunca sabe.
Por Enrique Calderón Savona