“Habíamos perdido el miedo al terrorismo”, dice una voz anónima entre la multitud de testimonios, que ha abarrotado las redes sociales en unas pocas horas.
 
En lo más acendrado de la globalización, el mundo ha debido buscar una vez más en el mapamundi al enterarse de la más reciente de las catástrofes humanas: más de 200 muertos (para este momento, muy probablemente más de 300) y un número insospechado de heridos en una serie de ataques cuyas características se irían conociendo en el transcurso de las horas. Basta con un atentado o una tragedia, sin importar su magnitud, para que el mundo recupere la enormidad de sus fronteras, su extrañeza, y cada continente, cada país y cada región se vuelvan únicos, por más que los extranjeros digan “ahí estuve”, “yo fui”, “tengo esta foto”. La Catedral de Notre Dame será la de unos pocos, tal como una mezquita o una sinagoga después de su destrucción demencial, corresponderá solamente a unas cuantas miradas por designios que jamás nos será dado a comprender.
 
Al resto nos quedan el horror y las preguntas.
 
El sitio, esta vez, fue Sri Lanka. Una pequeña isla en el océano Índico, al sur de India, de la que sabíamos, sí, que fue colonia británica, alguna vez se llamó Ceilán, y sufrió una cruenta guerra civil hace unas décadas, por el enfrentamiento entre budistas (su mayoría) y los tristemente célebres Tigres de Liberación del Eelam Tamil, hinduistas. Son los tamiles un grupo milenario multirreligioso disperso por el mundo.
 
Pero al pasmo de Sri Lanka —se sabe ya que se trató de ocho atentados suicidas en Iglesias cristianas (católicas y evangélicas) y en diversos hoteles de lujo— se suma la ignominia de saber que se trata de la primera agresión contra grupos cristianos y del primer ataque por parte de un grupo islamista (en la nación-isla los musulmanes han sido tradicionalmente una minoría) que hasta hora se había manifestado mediante actos vandálicos condenables, pero apenas dignos de tomarse demasiado en serio (o eso creyeron las autoridades) contra templos budistas.
En uno de los domingos más especiales para la fe cristiana, el que corresponde a la Resurrección, el embate, el agravio, fue inmisericorde e incruento.
 
Esto podría significar una o varias de nuevas realidades, como la llegada a ese rincón del planeta de grupos islamistas con recursos y poder, como ISIS o Al Qaeda, y el inicio de formas de terrorismo inéditas.