Los sismos del año pasado develaron no sólo las consecuencias de la falta de proyecto en nuestra ciudad, sino de otros motivos -muy negativos- de profunda reflexión…

El terremoto puso al descubierto múltiples estructuras dañadas, físicas y políticas, y también diversos procesos sociales que habían estado en curso desde hace varios años sin que se haya aquilatado su complejidad y la importancia de discutirlos de cara al monstruo urbano y sus estertores. Uno de esos procesos es la llamada gentrificación.

No se trata aquí de buscar una relación causa-efecto o de determinar un origen del cataclismo, pero tal vez sí de aventurar algunas conjeturas y ampliar el contexto en el que se discute la famosa Reconstrucción (que tardará siete años, ha dicho Miguel Ángel Mancera, quién da más).

La gentrificación significa explotación económica. Y, si la explotación económica suena, es porque apetito inmobiliario lleva. Y donde hay avidez inmobiliaria (¿dónde no?), hay casas de papel que se venden como si fueran palacetes de una campiña. Vayamos paso a paso.

Hay que decir primero que “la gentrificación equivale a una elitización, incluso idiomáticamente se ha propuesto que se use así”, señala Alejandro Olmedo, editor y residente solariego de la gentrificada colonia Roma. La etimología inglesa podría parecer lejana al español. Gentry, burguesía, aristocracia. Gentry + fication. ¿Aburguesamiento? ¿Aristocratización? Elitización podría ser una buena alternativa.

En México tal vez no sólo resulte lejana la etimología, sino la misma discusión sobre este proceso urbano, más allá de círculos académicos y especializados.

“La gentrificación es un proceso en el que se desplazan los usos del suelo, lo vemos, por ejemplo, donde hay oficinas y comercios que invaden el uso habitacional”, explica Tania García, arquitecta de la unam. Aquí es importante subrayar una palabra clave: invasión. En principio, rehabilitar una colonia puede parecer una buena idea, pero siempre deben considerarse los detalles, poner la lupa en las formas en que el capital inmobiliario se apropia del espacio urbano. “Lo que se vende es la imagen —apunta García—. Qué mejor que las casonas porfirianas de colonias como la Roma o la Condesa, donde las grandes construcciones art noveau se pudieron adaptar fácilmente y se convirtieron en bares, restaurantes o galerías”.

Esas dos colonias son emblemáticas de la elitización, aunque en una ciudad tan descomunal como la de México haya cientos de procesos gentrificadores menos visibles, con muy diversas especificidades. Desde San Ángel hasta Santa María la Ribera, desde la colonia Juárez hasta la Granada, el vínculo, tal vez, sea el empeño por confeccionar las percepciones y el imaginario urbano para elevar las ganancias que producen los inmuebles.

¿Habrá alguna relación entre este fenómeno y el desastre post-sismos que estamos viviendo?, le pregunto a Alfonso Herrera, un inversionista en bienes raíces que antes estaba preocupado por la burbuja inmobiliaria que crecía en la capital y ahora simplemente decidió dejar el país. “Déjame buscarlo… este es un artículo de marzo de 2013 que lo resume todo”, me enseña en el teléfono un texto firmado por Cynthia Sánchez de El Universal. El título es revelador: “Todo por vivir en la Condesa”.

“Como decía El Tri en su canción dedicada a San Juanico y en uso literal del refranero, ya que está ahogado el niño, ahora el pozo quieren tapar. Pretender que la Condesa se parece al Soho neoyorquino, quienes han vivido ahí lo creen a pie juntillas, es no saber distinguir entre Juan Domínguez y no me chingues. El trending topic vuelto código postal nunca ha traído nada bueno”, deconstruye Herrera la gentrificación.

“Se entiende que el suelo es más caro ahí por la conectividad con los centros escolares y laborales”, acota García, quien actualmente desarrolla un proyecto de posgrado sobre regeneración urbana.

Es claro que la vehemencia inmobiliaria no permite que haya una planificación adecuada. Es por eso que en un mundo ideal, la reconstrucción de la cdmx tendría que pasar por una seria reflexión sobre los procesos gentrificadores. Es una cuestión de reglas, de normatividad. ¿Pero cuáles reglas y cuál normatividad? Tal parece que no hay mucho lugar para el optimismo.

Tania García trae a la memoria un par de intentos fallidos por reorganizar la ciudad: “No hay que olvidar el Bando 2, de López Obrador, aquel acuerdo con el que se pretendía establecer ciertas normas para la densificación, desarrollar vivienda para personas de bajos recursos hacia el centro, ya no hacia afuera, donde sólo han crecido villas-dormitorio. La realidad es que eso nunca ocurrió por una sencilla razón: las voluntades políticas están siempre mezcladas con los intereses inmobiliarios, y esa liga adquiere más poder si la gente está desorganizada”.

Es por eso que en un mundo ideal, la reconstrucción de la Ciudad de México tendría que pasar por una seria reflexión sobre los procesos gentrificadores. Es una cuestión de reglas, de normatividad. ¿Pero cuáles reglas y cuál normatividad?

“Los sismos de 2017 trajeron una tristeza absoluta, la soledad se ha dejado sentir”, confiesa Alejandro Olmedo mientras mira a través de la ventana de su casa. Sin embargo, percibo un proceso extrañamente cuidado, homogenizado, vamos, no es que haya reuniones conspiratorias de agentes inmobiliarios, pero sí pareciera que hay un acuerdo tácito para no dejar que ocurra lo mismo que en 1985, cuando la gente se fue de la zona por temor o por desolación, ahora se han impuesto la tarea de no dejar que se caiga el mercado inmobiliario, los precios los han mantenido e incluso los han subido.”

¿Cómo se explica esto? El proceso de gentrificación en una colonia como la Roma ya llevaba muchos años, y el acoso inmobiliario no se iba a detener en medio de los edificios caídos. Si bien se puede reconocer ahí una revitalización de la vida cultural y social durante los primeros años de este siglo, “hay otra cara de la elitización que ha sido terrible —añade Olmedo—: es una enajenación en el peor sentido de la palabra. A la gente que tenía su casa de modesta y vieja construcción, de repente le llega una gran cadena comercial, y se sienten ajenos, dejan de ser los propietarios. La elitización va de la mano con la uniformidad de los modos de vida. Al dueño de la miscelánea le convino más vender su espacio a un Oxxo”. Al margen de los juicios, sólo se constata que el proceso es irreversible. Y los diagnósticos coinciden.

“La gentrificación va a seguir y los precios van a incrementar, no sólo en colonias como la Roma y la Condesa. Ahí está la Torre Mitikah y su acoso al pueblo de Xoco. Ese es otro proceso de gentrificación que no debemos perder de vista. Si no hay regulaciones estrictas, la catástrofe puede ser mayor en un próximo sismo”, anticipa Tania y detiene sus pasos en la calle para llamar mi atención sobre un anuncio naranja fosforescente pegado en una cabina telefónica: “URGE: resiliencia barrial”.

Mientras tanto, en Twitter, el periodista Arturo Cano escribe: “Al grito de ‘¡reconstrucción!’, y ‘¡apoyos sí, créditos no!, marcha dominical de damnificados del sismo del #19s llega al Zócalo. Afirman que @ManceraMiguelMX pretende ‘legalizar su alianza perversa con las inmobiliarias”. ¿Será?

Por Enrique Calderón Savona

ENRIQUE CALDERÓN SAVONA (México D.F. 1981) es editor de Penguin Random House desde 2008. Está a cargo de las líneas Debate —ensayo literario, divulgación científica y crónica periodística— y Grijalbo Actualidad —libros políticos y de coyuntura política—. Es egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Inició su carrera como editor en 2006, en Editorial Planeta.