CONCLUYE LA EDICIÓN 23 DE OPERALIA

Por Eduardo Olivar / Fotografías Yorch Gómez

“Je veux vivre, dans ce rêve qui m’enivre, ce jour encore, douce flamme. Je te garde dans mon âme”…

Apenas comenzaba esta primera estrofa de la apertura de la ópera Romeo y Julieta, del francés Charles Gounod, y mi mente se trasladaba en seguida a mi infancia, cuando, después del colegio, ataviado en un pantalón gris Topeka —incomodísimo— y una camisa blanca de manga corta—que de blanca ya no tenía nada al regresar a casa—, me dirigía sin cautela a mi habitación con las únicas ganas de botar ese uniforme que sólo me hacía sentir adulto y por momentos ridículo. Cada tarde, justo a la hora de comer “convenientemente” subía al departamento de los vecinos de un piso arriba. Me consideraba penoso, bueno, lo era, debo reconocerlo, pero con ellos me sentía sumamente en confianza. Siempre tenían algo cautivante que contar. Sabían de todo, arte, moda, literatura, historia, pintura —cuya disciplina aún ejercen, ambos— y ópera. Incluso, sin haber salido de su propio país podían describir con exquisitos detalles los sitios más emblemáticos alrededor del mundo, en los que grandes tenores, barítonos o sopranos, habían arrebatado al público cientos de aplausos.