No está seguro de llamar “arte” a lo que hace, pero cuando le interrogan sobre su trabajo la certeza se anida bajo los términos de emoción y pensamiento. Busca dialogar con todos y de todo. Para el artista chino Ai Weiwei no hay fronteras y la forma más clara de resistir a la intolerancia es aprender a reconocer al otro. 

POR BERENICE GONZÁLEZ DURAND

Sus ideas y representaciones respecto a diversas problemáticas sociales lo han convertido en un ícono de la resistencia. Como parte de las celebraciones de los 10 años del Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), la presencia de Ai Weiwei en el recinto universitario es, sin duda, una de las más esperadas. Desde finales del año pasado se anunció que en el mes de abril se inauguraría una exhibición del artista chino, que ocupará la sala principal del museo.

La exposición promete articularse en dos partes: la reconstrucción de un templo chino de la dinastía Ming y una instalación pensada en el paisaje político mexicano.

El recorrido de Ai Weiwei en el mundo del arte nunca ha pasado inadvertido. Hace casi una década llenó la enorme sala de turbinas de la Tate Modern, en Londres, con 100 millones de semillas de girasol hechas a mano con porcelana. Cada una de estas piezas fue esculpida y pintada por mil 600 artesanas de la ciudad de Jingdezhen, donde desde hace más de mil años se dedican a producción de porcelana. Las semillas simbolizaban varias cosas; por un lado, servían para hacer una crítica de la Revolución Cultural, cuya propaganda oficial represen.taba el enardecido culto a la personalidad de Mao como el Sol y al pueblo chino como a los girasoles que rotaban en torno de él. Se dice que, de hecho, esta población logró subsistir en parte gracias al consumo de las semillas de esta flor en los momentos de mayor pobreza en un régimen totalitario caracterizado por sus abusos bajo el pretexto del mantenimiento del comunismo.


Por otro lado, la enorme “piscina” de semillas de girasol de diez centímetros de profundidad en que se transformó el recinto londinense también fue vista por los especialistas como una representación crítica del “Hecho en China”, la producción en masa sobre la que descansa la economía de ese país, que con.centra un quinto de la población mundial, la cual carece de derechos laborales e individuales y bajo el anonimato vive cotidianamente la represión de un régimen que él ha vivido en carne propia, como cuando fue encarcelado en 2011 por supuestos problemas fiscales.

LA RESISTENTE FRAGILIDAD DE LA PORCELANA

La porcelana ha estado presente en su trabajo durante por lo menos cuatro décadas. El artista vivió durante muchos años en el desierto de Gobi, donde su padre, el famoso poeta Ai Qing, había sido exiliado por el gobierno de Mao. Después de la muerte del gobernante, Ai empezó a viajar y a interesarse en el Cizhou ware o Tz’u-chou ware, el término utilizado para definir una amplia gama de cerámicas chinas desde finales de la dinastía Tang y la dinastía Ming temprana. Fue un amor a primera vista que ha perdurado al paso del tiempo. El hecho de que el barro sea capaz de transformarse en una brillante escultura mediante la alquimia de las altas temperaturas es algo que aún lo entusiasma, y por ello muchas de las piezas que condimentan sus proyectos le rinden, a su modo, homenaje a esta tradición, pero también le sirven para cuestionar diversas situaciones.

En la última década el trabajo del artista plástico y activista chino ha tomado diversos cauces. Después del mar de semillas de cerámica que armó en la Tate, presentó varias ex.posiciones que hicieron eco a escala mundial, como su muestra en Alcatraz, en 2014. El artista y activista chino creó una serie de obras para esta isla que pasó de convertirse en una fortaleza militar del siglo XIX a una cárcel federal, y de ser un sitio de herencia de los nativos americanos hasta consolidarse como uno de los parques nacionales más visitados de Estados Unidos. Un dragón chino colgaba del techo de uno de sus edificios como símbolo del poder, pero no de aquel que le prohibió salir de su país reteniéndole el pasaporte, sino del poder de las libertades civiles y los derechos humanos que lo hicieron atravesar fronteras a través de su obra y con la ayuda de otros. “El concepto erróneo de totalitarismo es que la libertad puede ser encarcelada. Este no es el caso. Cuando restringes la libertad, ésta tomará vuelo y aterrizará en el alféizar de una ventana”, diría Ai Weiwei.


En una entrevista otorgada al suplemento literario canadiense Brick, Ai Weiwei recuerda que su padre le dijo antes de morir que siempre tuviera en cuenta que la historia no recuerda. El artista coincide con esta frase y probablemente es por eso que su mayor anclaje se sitúa en traer el pasado y atarlo al presente, haciendo un arte que busca comunicar y detonar una repercusión social instantánea. También así se entiende su amor por las re.des sociales y las selfies, de las que se proclama, con un poco de sorna, como el rey absoluto. Vincent Van Gogh solía decir que lo más difícil era conocer.se a uno mismo y, quizá por eso, como tantos otros pinto.res se plasmaba una y otra vez; en este 2019 Ai Weiwei puede tomarse hasta 100 selfies en un día. La gente se las pide y él les complace. El contacto con un desconocido se convierte también en un acto de representación, reconocimiento y mutación a través del filtro de una cámara y de las incontables miradas que observan y se alimentan también de esos mismos retratos anónimos.


Ai Weiwei tiene su estudio en Alemania, pero en realidad le gusta crear como ciudadano del mundo, evidenciando sus movimientos en redes sociales. Reside en Berlín desde 2015, por cierto, año en que una de sus obras superó en una subasta los 5 millones de dólares. El nombre del tesoro: Circle of animals/Zodiac heads. El hecho de que sus obras sean de las más cotizadas en el mundo lo ha impulsado a que, de una u otra manera, su discurso tenga más eco, el verdadero foco de sus actos creativos.

 

MAREA HUMANA

Las migraciones humanas y las crisis de los refugiados se han convertido en una reflexión constante en su obra durante los últimos años y quizá la obra que subraya con mayor fuerza este panorama de ecos mundiales es su documental Human flow (2017) que recorre 40 campos de refugiados en 23 países. Son poco más de 600 horas de filmación, que al final pudieron reducirse a dos, aunque el trabajo no discriminó los detalles más contundentes.

Ai Weiwei documenta la crisis mundial de los refugiados, caminando varios pasos atrás de las imágenes que impactan a escala global, pero a las que el creador chino les otorga respiración, voz y parpadeos; humanizando un problema de números y fronteras con el testimonio de niños, mujeres y hombres que se dibujan entre guiños culturales y odiseas de vida sin finales claros. Su trabajo se funde en un acertado registro fílmico que le otorgó varios premios y nominaciones, como la del León de Oro del Festival Internacional de Cine de Venecia.


Sus reflexiones sobre el tema han dejado huella en todo el mundo: También en 2017 inauguró en Praga La ley del viaje, una instalación conformada por una lancha de 70 metros y 258 figuras inflables de color negro. Con esta misma retórica, un poco antes ya había cubierto con 14 mil chalecos salvavidas las columnas del Konzerthaus de Berlín y había forrado con botes de refugiados el Palacio Strozzi, en Florencia.

A pesar de la grandilocuencia de sus propuestas, no hay soberbia: para Ai Weiwei el arte no puede ser poderoso mientras no haya una respuesta real e individual en quien lo observa.

Todos los caminos llevan a México y después de varias visitas a este país que incluyeron recorridos por el Espacio Escultórico, la Arena Coliseo y Tepito, entre otras zonas representativas de la Ciudad de México, pronto el MUAC acercará la visión del artista chino. Bajo la curaduría de Cuauhtémoc Medina, se planea que la pieza central de la muestra sea su Wang Family Ancestral Hall, una instalación formada por mil 300 piezas de madera que alguna vez formaron parte de un viejo templo de la dinastía Ming perteneciente a una familia de comerciantes de té, pero que ahora ha sido utilizado para ser presentado en diferentes contextos y establecer también un diálogo con las diversas visiones arquitectónicas que lo albergan. Así lo hizo en el 2015 en Beijing, su primera obra expuesta después de permanecer en arresto domiciliario. Ahora se prepara a hacerlo con el marco del MUAC, que se asila en medio de la apaciblemente bulliciosa Ciudad Universitaria y donde seguramente el tema migratorio con el afluente Sur-Norte en América no pasará desapercibido, porque es un retrato de dolor e intolerancia que empata con el mundo y con el que se dibuja el rostro de un nuevo tipo de guerra.

Ai Weiwei crea sus propios antídotos: “Creo que el arte es lo que está en nuestro corazón luchando por la paz. En la guerra solo está la muerte, la oscuridad y el dolor. Pero siempre hay guerra. Por eso siempre necesitas arte”.

https://www.youtube.com/watch?v=DVZGyTdk_BY